Bajo un cielo oscuro, muy oscuro, él se encontraba. La luna le llamó la atención, y aunque no era nada que no hubiera visto antes, le resultó increíblemente hermosa. Un leve y decadente resplandor que el atardecer ya marchito había dejado en el horizonte, hacía a la vista ser motivo de envidia. Unas suaves armonías y melodías también ayudaban mucho al relax. El movimiento constante, debajo de sus pies, hacia que todo tomase otro color. Miró muchas veces por la ventana, intentando entender el por qué de tal éxtasis.
Estaba de viaje, o volviendo de uno, más bien.
Poco a poco el resplandor que se observaba en el horizonte fue amigándose con la noche que ya tomaba posesión de todo a su alrededor. La vista, aunque más dificultosa, cada vez se tornaba más increíble; sobre todo en esos ciertos momentos en los que la imaginación se entrometía, para jugar.
De a momentos, la oscuridad, que ya se había instalado indiscutiblemente, era absoluta. Pues la ruta por la que él venía no disponía de muchas luces, y solo la imaginación, que iba tomada de la mano con la música (la que la radio ofrecía, que era algo así como jazz), y la luna, hacían de ese retorno, algo muy relajante.
También, de a momentos, en el trayecto de la ruta se daban lugar algunas peculiares luces, las cuales se alejaban de la vista solo al recorrer un par de metros.
El movimiento debajo de sus pies seguía siendo constante, demasiado constante desde hacía un par de horas, y en cuestión de instantes, comenzó a tornarse casi aburrido. Ese jazz tan extrañamente increíble, había terminado sin que se diera cuenta. El ruido del vehículo, poco a poco, empezaba a tornarse terriblemente monótono. Como de un momento a otro, el relax, que tan cómodamente se había instalado, tomó su abrigo y se fue.
El viaje parecía estar terminando. La ciudad ya se veía cerca. La rutina diaria y la monotonía parecían, de lejos, saludarlo y hacerle señas, como diciendo… “Acá estamos, ¡Pensaste que te ibas a librar de nosotros?”.
La radio parecía muerta. Y la belleza de la oscuridad ya pasaba a ser solo un recuerdo, pues las luces de la ciudad iluminaban todo, cual sol de mediodía. También la luna se había escondido detrás de algunos edificios.
Digamos que la esencia de la belleza se había marchado casi por completo… Los ruidos cotidianos ya se escuchaban por doquier. Ruidos producidos por las personas en su mayoría, personas hundidas en mundos laborales o simplemente inentendibles, quizá, donde la frialdad y la rutina eran los principales gobernantes.
No obstante, de un momento a otro, la radio, que parecía haber muerto, revivió. Ahora, de ella lo que se escuchaba no era Jazz, sino, notoriamente Blues. Un blues menor, quizá, (que quién sabe de donde habrá salido), que tomó el forzoso trabajo de decirle a la imaginación de este joven… “Espera, no te apagues todavía. Hagamos que este pequeño momento de belleza se mantenga de pie, solo un poco más”.
Ciertas frases provenientes de la bella canción que se daba lugar, comenzaron a rondar su mente. Pero eso no era nada en comparación a lo que las indescriptibles melodías le producían. La música tomó control por completo de su mente en los siguientes minutos. La tristeza que le causaba volver a la ciudad, se convirtió en nada. Y como por arte de magia, la luna mostró su cara, luego de estar escondida detrás de los incontables edificios durante un largo rato.
Él, quién sabía en el fondo que tenía que volver a la realidad en cualquier momento, a su vida laboral, a su rutina diaria, a su monotonía insoportable de todos los días, también sabía que había aprendido una cosa. Una cosa que se podía resumir en cuatro palabras: “Disfruta los pequeños momentos”.
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